Teoría de las cagarrutas de mosca

Ante el escepticismo de los diputados de la oposición sobre los datos que apuntan a una mejoría de la economía, Luis Linde respondió con una expresión poco común en una comparecencia parlamentaria: «No son cagarrutas de mosca».

En realidad, ése es el debate que divide a los economistas en estos momentos: si son o no cagarrutas de mosca las cifras a las que se agarra el Gobierno para afirmar que lo peor de la crisis ha pasado ya. O, lo que es lo mismo, si con lo que se percibe ahora se puede empezar a generar empleo.

En el Ministerio de Economía se apuesta porque ya en el segundo trimestre, que está a punto de concluir, el crecimiento del PIB quede muy próximo a cero (tal vez en el -0,1%). Y que, a partir del tercer trimestre, la economía empiece a crecer lentamente: 0,2% en el tercero y, probablemente, 0,3% en el último. Hay consenso en que el PIB de este año no caerá hasta el -1,7%, como decían los más agoreros (entre ellos el FMI), sino que el recorte podría quedarse en torno al -1%. El Banco de España es más cauto y sitúa la caída en el -1,2%. El año que viene ya estaríamos fuera de la recesión y durante 2014 la economía podría crecer un 0,7% o incluso (aquí aparecen los más optimistas del Gobierno) hasta el 1%.

Las bases a las que apunta el Banco de España para avalar el optimismo del Ejecutivo son la mejora de la balanza por cuenta corriente (con un 3% de superávit); la mejora de la competitividad, que ha llevado a recuperar el nivel que tuvo en el año 2000; la buena marcha del Plan de Proveedores; la mejora en la información contable y estadística, que hay que atribuir al Ministerio de Hacienda y, sobre todo, que este año el Estado registrará ya superávit primario (que se obtiene de restarle los gastos financieros y ajustando las cifras al ciclo). Lo sustancial es que en ese esfuerzo, quitando la subida de impuestos, el gasto público se ha reducido en 1,2 puntos del PIB.

¿Podríamos calificar a eso como cagarrutas de mosca? Es decir, esas bases, que sirven para atisbar un ligero repunte ¿serán suficientemente sólidas como para rebajar sensiblemente la tasa de paro del actual 27%?

Los expertos son todavía pesimistas respecto a la recuperación del consumo interno, que, tal vez, no empiece a levantar cabeza hasta bien entrado 2014. Por tanto, el crecimiento y la generación subsiguiente de empleo tienen que venir por la misma vía: ganando cuotas de competitividad. Y eso significa (como ha dicho el último informe del FMI sobre España), más recortes salariales y una profundización en la reforma laboral. Sobre todo, flexibilidad. El mejor ejemplo de ello es la industria del automóvil que, durante la recesión, no sólo no se ha deslocalizado, sino que ha consolidado sus posiciones en España. La factoría de Renault en Valladolid, por ejemplo, es la más eficiente del mundo de esta empresa.

En tiempos no muy lejanos, las recetas del Fondo sonaban a decretos ley a oídos del Gobierno. Pero, ahora, esas mismas recomendaciones se escuchan con el mismo escepticismo con el que la mayoría echamos un vistazo a nuestro horóscopo.

¿Qué es lo que ha cambiado en los últimos meses? Fundamentalmente cuatro cosas:

1º.- Hay signos de mejora reales de la economía y España ya no está en la lista de los países rescatables.

2º.- España ha logrado que la UE le conceda dos años de gracia para el cumplimiento del objetivo de déficit, lo cual ha dado mucho margen de maniobra al Gobierno.

3º.- Algunas de las reformas llevadas a cabo en 2012 están dando resultado (laboral y recorte del déficit).

4º.- En el nuevo clima de diálogo Rajoy/Rubalcaba suena políticamente correcto decir que al FMI se le hará caso... o no.

Sin embargo, los ciudadanos, que llevan ya cinco años sufriendo en sus espaldas las consecuencias de la crisis y han aprendido a dudar de todo (recordemos los brotes verdes de Salgado), se plantean, con razón, si esta salida del túnel que nos anuncian el presidente Rajoy y sus ministros no será más que un respiro temporal para volver a entrar en otra larga etapa de oscuridad.

O sea, también el ciudadano se pregunta si esos destellos de mejora son o no cagarrutas de mosca.

El Gobierno tiene gran parte de responsabilidad de esa incredulidad generalizada, que afecta por igual a votantes del PP o del PSOE. Primero, porque no valoró en su justa medida el efecto del incumplimiento de sus promesas electorales (sobre todo, las subidas de impuestos) y, en segundo lugar, por su sobreactuación en la explicación de las dificultades económicas.

Los ciudadanos tienen fresca aún en la retina la deprimente rueda de prensa del 26 de abril, en la que Montoro y De Guindos echaron un jarro de agua helada sobre cualquier expectativa de mejora de la economía a corto o medio plazo.

Luego hemos sabido que aquella dramatización formaba parte de la estrategia para lograr que Olli Rhen se pusiera de nuestro lado en la concesión de los dos años extra de plazo para alcanzar el 3% de déficit público.

De acuerdo, había que pintarlo todo muy negro para que aflojaran el dogal. Pero incluso los que confiaban en que el Gobierno del PP iba a enderezar la economía sintieron ese día algo parecido a la decepción: la desafección.

Las cosas han cambiado desde entonces. El Gobierno se ha dado cuenta de que aquello fue un error y de que, en economía, el estado de ánimo es tan importante como los fríos datos.

El aldabonazo de Aznar–que tocó la fibra de los votantes conservadores– aceleró el proceso. El Ejecutivo ha decidido adelantar a 2014 la corrección de la subida de impuestos (en la rueda de prensa de finales de abril esa decisión se aplazó a 2015) y ha dado orden de apuntarse al optimismo: de la prohibición de hablar de brotes verdes se ha pasado al «lo peor ha pasado ya».

La reforma Soraya ha venido a insuflar moral a un Gobierno muy debilitado. Pero ahora viene lo difícil: aguantar el tirón de la resistencia autonómica. Lo que convertirá las cagarrutas de mosca en la base del crecimiento será la voluntad política.